
Se tumbaron en la cama e, instantes después, la habitación ya era casi inexistente, sumida entera en la más preciosa oscuridad. El límite de los dedos de ella delimitaba, también, el cuerpo de él. Casi nada podía verse, tan sólo un par de sombras respirando del puro amor mutuo. Y era totalmente superfluo desprenderse de sus ropas o exceder a la pasión...; sólo bastaban las caricias y los besos para aclarar cuánto se aman. En silencio, los minutos pasaban tan rápido como el viento allá fuera; despacio, ella le acariciaba mientras sonreía, casi incoscientemente. Y el tiempo debió pararse entonces, para no tener que soltarse,para no parar de besarse, para no dejar de abrazarse, jamás...
¿Quieres volar? Te presto mi mano, te regalo mi tiempo y compartimos la eternidad.
¿Quieres volar? Te presto mi mano, te regalo mi tiempo y compartimos la eternidad.
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